La galga favorita del príncipe Alberto, "EOS", pintada por Sir Edwin Landseer. Acompañó al príncipe desde sus catorce años y viajó con él a Inglaterra. Cuando Eos murió, con diez años de edad, fue enterrada en el cementerio familiar de palacio. Landseer se encargó de realizar un monumento a Eos para su tumba.

Eso, es amar a tu perro.

"SIEMPRE QUE VEO A UN CAZADOR SEGUIDO DE SU PERRO, LA ESCOPETA AL BRAZO, NO ME OLVIDO NUNCA DE DESEARLE BUENA CAZA. DICEN QUE ESA FRASE ES DE MAL AGÜERO". Julio Verne

miércoles, 26 de febrero de 2014

Pudo morir ahorcado o ahogado... pero sobrevivió

06/06/02 ©David estrada. Utrera.  Galgos. CAZA

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Tito cayó a un pozo por expreso deseo de su dueño. Este arrojó al animal –un galgo– a un agujero en el suelo, en algún lugar de Dos Hermanas. Para asegurarse su muerte le ató una cuerda al cuello y, al otro extremo, una gran piedra. Debería haber fallecido por una cruel fusión de contusiones, asfixia y ahogamiento. Ese era el plan que habían reservado para él. Pero Tito no murió: logró agarrarse a un peldaño oxidado de la escalera del pozo, cruzó las patas delanteras y se quedó enganchado durante horas. Alguien le oyó llorar. No hizo nada más pero al menos avisó a las personas adecuadas. Hasta él llegaron voluntarios de la Fundación Benjamín Mehnert, un modélico centro de recuperación de galgos y animales maltratados ubicado en Alcalá de Guadaira. «Cuando llegamos hasta él le brotaba sangre de los ojos y del agua sólo asomaba su cabeza y las dos patas. Tenía hipotermia y estaba al borde de la muerte», rememora Isabel Paiva, directora de la Fundación. En el fondo del pozo flotaban restos de decenas de cuerdas y cadáveres de otros que no tuvieron su misma suerte. 

Hoy Tito vive felizmente en Roma adoptado por una socia del centro que le rescató. Desde su sofá todavía guarda a fuego en su memoria la terrible experiencia vivida. «¿Su delito? Seguramente no haber cazado una liebre, no correr lo suficiente», dice Paiva. En España cada año se abandonan 50.000 galgos y podencos; la porción más grande de la tarta se la toma Andalucía, con Sevilla en el pelotón de cabeza.

Esqueléticos, desnutridos, enfermos, heridos, moribundos. Así es como llegan la mayoría de los galgos que consiguen ser rescatados por alguna de las organizaciones que trabajan de manera altruista por y para ellos –Benjamín Mehnert, también SOS Galgos, Galgos 112, DeGalgos, Galgos sin Fronteras y numerosas asociaciones europeas– y que representan su última oportunidad. «Por cada diez peticiones de ayuda que recibimos, ocho son para galgos», dice Paiva, quien el pasado viernes se desplazaba hasta Los Palacios para rescatar a dos galgos que alguien había dejado atados con un cable al cuello en un descampado. Llevaban días a la intemperie, sin poder tumbarse, sin comida ni agua. «El campo andaluz está lleno de cadáveres de galgos», aseguran desde este centro de recuperación, fundado por la animalista alemana Gisella Mehnert, que tiene actualmente unos 500 galgos recogidos en sus instalaciones. El 99% de ellos acabará viviendo plácidamente lejos de España. Y todos marcharán castrados y esterilizados para que nadie reproduzca la sinrazón que aquí se vive. «Allí los adoran como perros de compañía, aquí por desgracia, sólo son objetos utilizados y arrojados como basura después», asegura Paiva, presos todos ellos de «un mundo oscuro y machista de cacerías y competiciones alrededor de las cuales el maltrato a estos seres es moneda común».

Los finales felices se hilvanan con imágenes terroríficas. Estefanía, una podenca, vive hoy en Alemania. La policía la llevó a la Fundación, «ni ellos daban crédito de lo que estaban contemplando». Porque a Estefanía, al contrario que a Tito, no la arrojaron a un pozo. Prefirieron arrastrarla atada a un coche para que muriera despellejada, quemada viva por las rozaduras. «Pensaron que había muerto pero no fue así, reptó durante una semana, los gusanos se la estaban comiendo», recuerda Isabel. Tres operaciones de injerto de piel hicieron falta para sacarla adelante. Otras tantas precisó Kiko, cuyo dueño decidió abandonarlo no sin antes atravesarle el cuello con un cuchillo para quitarle el chip que le pudiera identificar. A punto de morir desangrado, este pionero centro de recuperación de galgos dio con él y consiguió ofrecerle una segunda oportunidad.

¿Soluciones? «Con la crisis, en muchos pueblos, la gente desocupada se entretiene con los galgos». «Haría falta una fiscalización, control y multas para vigilar la población, también un impuesto que disuada a dueños desaprensivos de hacerse cargo de animales», afirma Paiva. «También son beneficiosas las campañas de esterilización». Todo esto ya se hace en Cataluña, comunidad pionera en España en leyes que los protegen (recientemente también prohibió los circos con animales) . Con todo, desde la Fundación Benjamín aún confían en que alguien les escuche, por eso mantendrán un encuentro con el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, y con otros políticos locales.

En un mundo en el que parece ya no hacer mella el sufrimiento humano, el de los animales parece situarse en las antípodas de cualquier sensibilidad. «Nosotros necesitamos manos, pero también socios que nos apoyen económicamente y personas que amen los animales y entiendan que los galgos pueden ser unos inolvidables compañeros», resume. Los intentos por colocar este problema en el centro del objetivo no cesan. El maltrato por el que pasan estos seres se plasmará en breve en el documental Febrero, el miedo de los galgos, dirigido por Irene Blázquez, una obra que, según su directora, «nos hará agachar la cabeza ante Europa».

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